“Políticos, partidos, elecciones; ¡elecciones, candidatos y partidos! ¿Hasta cuándo?”, es lo que piensan los electores. Llegado el momento, en su reflexión, concluirá que no vale la pena perder el tiempo en ir a votar porque al final “siempre ganan los mismos”; al menos aquellos por quienes jamás habría votado. Más allá de lo que puedan estar pensando los electores, si ser un abstencionista no confeso o un escéptico de los procedimientos democráticos, es posible superar esos obstáculos y alcanzar el éxito, empleando la Ingeniería Electoral, y de allí su importancia.
Aunque no siempre, hay casos en los cuales sin importar que un candidato realice la mejor campaña, tenga un alto nivel de aceptación y enfrente a un rival desgastado por uno o más períodos de gobierno o representación, ¡la reelección será inevitable!.. O ganará el abanderado del partido de gobierno, ¡así no tenga propuesta, trayectoria ni liderazgo propio! Pero entonces, ¿por qué campañas prometedoras obtienen resultados frustrantes? Dirían los argentinos: “Porque jugamos con la cancha inclinada”.
Traducción: En el argot futbolero, para que ambos equipos tengan igual oportunidad de anotar, la primera condición es que el terreno esté nivelado. De no ser así, el balón tenderá a correr hacia la portería donde está el desnivel… ¡y allí caerán los goles! Por si acaso, antes del juego, se sortea en qué lado de la cancha jugará cada equipo, cambiando de lado al comenzar el segundo tiempo; así el posible desnivel o incidencia de la luminosidad afectaría a cada oncena sólo durante medio partido.
Otro requisito incuestionable es que el árbitro sea imparcial; es decir, que sancione a los jugadores en función de sus faltas y no en consideración a su equipo. Cuando el árbitro es seguidor de un equipo, o está “comprado”, la oncena rival terminará con nueve jugadores, le cobrarán tiros penales que nadie vio o le anularán goles sin necesidad de consultar a los jueces de línea o asistencia de video. En pocas palabras: siempre ganará el equipo favorecido por el árbitro. Cuando ya se sabe quién va a ganar, mucho más si se trata del mismo equipo, el juego pierde interés y el público no acude a verlo; y salvo que el seguro perdedor tenga algún otro incentivo para participar, terminará perdiendo por abandono, entregando el premio sin competir.
Pese a no ser un deporte, los eventos electorales sí deberían ser competitivos, pues entonces tanto candidatos y partidos como electores respetarán y acatarán los resultados, lo cual redundará en la legitimidad de mandatarios y representantes, validando socialmente al sistema político; al menos esto es el ideal de la democracia. En otras palabras, el voto de cada persona debería valer igual y todos los candidatos deberían satisfacer los mismos requisitos y obedecer idénticas reglas durante todo el proceso electoral.
Cuando un candidato o plataforma viola reiteradamente las normas y nada pasa, o las sanciones que recibe son insignificantes, se habla de ventajismo electoral; sin embargo, cuando las reglas están formuladas con sesgo simulado o evidente, habría manipulación de la ingeniería electoral y lo único que evitaría la victoria previsible del candidato oficialista o aspirante a reelección sería la abstención masiva de sus votantes (en especial del “voto duro”), el voto castigo inesperado, o una combinación de ambos. En todos los demás escenarios: a) alta participación, b) abstención generalizada, c) votación dispersa o d) polarizada, el triunfo será para quienes, gracias al ventajismo (el control de las reglas y el árbitro), hayan podido sesgar la ingeniería electoral.
Lo que se denomina ingeniería electoral es el conjunto de restricciones institucionales, tecnológicas y espaciales que condiciona el desempeño de los candidatos, partidos o alianzas en determinada coyuntura electoral. Es posible distinguir tres elementos que configuran la ingeniería electoral: las reglas, la infraestructura y las circunscripciones.
Por último, aunque no menos importante, cabe mencionar el diseño de las circunscripciones. En este particular inciden tanto los sistemas electorales como la ubicación de los centros de votación. Por ejemplo, se puede optar por la integridad del territorio, es decir, una circunscripción única con representación proporcional para escoger 7 diputados; o la fragmentación del territorio mediante un sistema mixto, con 5 circunscripciones nominales y una lista para 2 escaños (o 3 escaños nominales y 4 por lista, u otra combinación preferida).
Asimismo, importa la contigüidad o aislamiento geográfico de la circunscripción; ello implica que los municipios rurales o semiurbanos de un estado deberían agruparse para elegir uno o más diputados solo cuando deban equiparar los electores de un municipio urbano; lo que no debería ocurrir es que el territorio de un municipio sea dividido y sus electores obligados a votar en centros de otros municipios para favorecer los intereses de una plataforma (gerrymandering).
En síntesis, cuando se manipula la ingeniería electoral, se puede ganar la elección aunque se obtenga menos votos totales; “divide y vencerás”.
En la siguiente infografía se muestra un resumen de los elementos de la ingeniería electoral:
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