¿Propiedad de quiénes?
Prácticamente todas las doctrinas políticas y sociales reconocen la propiedad como un derecho,con matices. Entre dicho y hecho hay un largo trecho: en la práctica, no todos los miembros de la élite política la asumen ni la respetan de igual manera.Cabría preguntarnos, ¿propiedad de quiénes?, ¿quiénes deben ser propietarios y cuál es la forma de adquirir algo?
Para efecto de las próximas líneas, entenderemos por propiedad aquello que es de alguien o algo y es únicamente suyo. Implícitamente, el concepto trasciende la dimensión material, ya que se puede ser dueño de una idea, emoción o rutina, así como de una porción de tierra, una edificación o un mueble.
Revisemos ahora varios postulados al respecto para luego analizar algunas prácticas recientes sobre la propiedad.
Libertad e igualdad: eterno choque
Una manera sencilla de abordar el problema de la propiedad es desde la perspectiva del permanente choque entre libertad e igualdad.
Adam Smith reconoce en La riqueza de las naciones, sin descartar la propiedad pública, que la propiedad privada es una garantía indispensable para que los individuos puedan realizarse en sociedad. Cada quien será propietario de lo que pueda mantener. La libertad permite a todas las personas poseer, pero desigualmente, puesto que no todos pueden costear los mismos bienes ni pensar o sentir lo mismo.
Tomás Moro, en su texto Utopía,describió una sociedad idílica como aquella donde, entre otras cosas, la propiedad privada no existía.Sin ella, todos los seres humanos seríamos iguales en cuanto a lo material, pero no seríamos libres de adquirir más o menos cosas que los demás. Defendía la propiedad colectiva, que sea la comunidad quien posea los bienes, no los individuos.
Cabe decir que estas dos corrientes no suelen presentarse en blanco y negro. Una ojeada a la realidad política mundial muestra una escala de grises: existen pueblos más libres que iguales, y viceversa. Igualmente, en casi la totalidad de los países coexisten la propiedad pública y la privada, en mayor o menor medida.
La guerra por la propiedad
Por lo anterior, no cabe duda de que la propiedad es vital para la humanidad. No es lo mismo preferir que los bienes sean públicos a que el Estado sea dueño de todo —o de casi todo— a expensas de los demás. Que quede claro. En un sentido evidentemente metafórico, durante los últimos siglos se ha desatado una “guerra” en torno a ella que debe poner a reflexionar.Es la guerra por la propiedad. Hoy lo vemos: naciones como Corea del Norte son hostiles a la posibilidad de que las personas tengan posesiones. No es que solamente exista propiedad pública, es que el Estado es el dueño absoluto. Son cosas distintas.Imaginemos llevarlo a la dimensión inmaterial. Por ejemplo, la «cultura de cancelación», ese llamado a boicotear lo que no concuerde con el propio pensamiento. Dentro del ámbito cultural, no es más que censura.
Podríamos pensar que esto no tiene que ver con el tema que nos ocupa. Pero sí: quienes profesan estas ideas creen ser dueños de la cultura. Ni más ni menos que de la cultura.Creen poder decidir si alguien puede bailar o no alguna danza tradicional, si un personaje de ficción debe desaparecer por supuestamente transgredir a determinados grupos sociales, etc.
A ello sumemosle la neolengua que otros quieren implementar: un lenguaje creado especialmente para dominar a grandes multitudes. Por lo general, cuando un político llama un determinado objeto o hecho con otro nombre, intenta hacerse dueño —conceptualmente— de lo nombrado. La connotación de sucesos relatados sería distinta gracias al uso de palabras propias y no las originales o verdaderas. Mao Tse-Tung llamó al yuan chino —la moneda nacional— renminbi, que se traduce como «moneda del pueblo».
Cuestión de perspectivas
¿Cuántos ejemplos podríamos citar? La lista es larga. Los hay nuevos y no tan nuevos. Queda claro a estas alturas que la propiedad no es respetada por todos los dirigentes y grupos políticos por igual.
Los casos más representativos de estatización provienen de la extrema izquierda, es decir, de corrientes como el comunismo y el socialismo. La izquierda moderada y el centro tienden a respetar la propiedad privada, con sus variantes, mientras las ideologías derechistas la defienden plenamente. Donde se contemple, las autoridades competentes están obligadas a preservarla. Todo es cuestión de perspectivas.
En respuesta a las preguntas que nos congregan, a estas alturas podemos afirmar que cualquiera puede ser dueño: personas o asociaciones, comunidades o el Estado. Este último debería contar estrictamente con aquello que le permita servir a los gobernados. En definitiva, el Estado existe para servirnos, no para servirse a sí mismo.
Los demás —personas o grupos— tienen derecho a poseer lo que se hayan ganado dignamente, bien sea a través del trabajo o del intercambio voluntario, que puedan mantener por propio esfuerzo.En ambos casos, hablamos en sentido material e inmaterial. Pero que nadie nos haga pensar otra cosa: tenemos derecho a ser propietarios.