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Misma soberanía, distintas valoraciones

Hemos oído decir, muchas veces, que los dirigentes políticos son «sucios» o «hipócritas». La hipocresía, entendida como la cualidad de fingir o aparentar lo que no se siente, o fingir ser aquello que no se es, la podemos encontrar con cierta frecuencia en política. Tal es el caso, por ejemplo, de las posiciones divergentes en torno al muro fronterizo que Donald Trump propuso a partir de 2016 y la valla de Ceuta entre España y Marruecos. Aunque las valoraciones son distintas, la soberanía es igual para ambos Estados.

A continuación se presentan algunas consideraciones respecto a la soberanía, la migración, el nacionalismo y las fronteras, temas que han llamado la atención en los últimos años y han puesto en evidencia la inconsistencia argumentativa a la hora de defender o rechazar ciertos actos estatales.

Dos muros, diferentes perspectivas

Muy diferentes transcurrieron los años 2016 y 2021. La política, la tecnología y la sociedad no son las mismas. Pero comparten un elemento en común: una polémica fronteriza.Hablamos del muro que separa el territorio estadounidense del mexicano y de la valla que dificulta el paso de marroquíes a suelo español. Dos muros, diferentes perspectivas.

Por un lado, en 2016, el entonces candidato presidencial estadounidense Donald Trump propuso la construcción de un muro fronterizo entre Estados Unidos y México para frenar la inmigración ilegal proveniente de este último. Desde un primer momento la idea generó el rechazo de buena parte de la comunidad latina, de los seguidores de la aspirante presidencial Hillary Clinton y de las corrientes globalistas norteamericanas e internacionales. Parecían sugerir que era un deber ético permitir que cualquier indocumentado se alojara en suelo estadounidense. Ya en la presidencia, el nuevo mandatario aseguró que México debía financiar dicho muro.

Por otro lado, en España se encuentran dos vallas que cumplen el mismo propósito que tenía Trump,en Ceuta y Melilla.Si bien ambos son puntos álgidos para el tráfico fronterizo, el primero fue noticioso no hace mucho, cuando una oleada de migrantes indocumentados marroquíes se dispuso a traspasar la frontera y asentarse en territorio español. Allí están erigidas desde hace décadas y a ningún español parece molestarles. De hecho, les molesta más la inmigración ilegal que las dos amplias paredes de alambres custodiadas por oficiales. La única diferencia con el muro es que estas vallas existen ya y que logran dificultar el paso de personas.

Fronteras y migrantes

Para nadie es un secreto que los Estados son profundamente celosos de sus fronteras. Es un acto de soberanía nacional delimitarlas y que el poder político decida lo que puede entrar, salir o permanecer dentro de su territorio. Un tema fundamental en las relaciones internacionales es el de los migrantes, a quienes se les pide una serie de requisitos y documentos para poder permanecer en territorio nacional.

No cabe duda de que un país se desarrolla, en gran medida, gracias a sus facilidades para la inmigración: personas que llegan a su nuevo destino a trabajar, a invertir y a enriquecer intelectual y culturalmente su nueva nación. Pero no es lo mismo una migración legal y ordenada que una ilegal y desorganizada. Los Estados, por razones obvias, siempre preferirán la primera.Los inmigrantes ilegales trabajan por salarios paupérrimos, no pagan impuestos, huyen de las autoridades constantemente y, en los casos más extremos, pueden ser muy pobres e incurrir en delincuencia. Trasladan problemas de todo tipo de un país a otro, pero nada más.

Hipocresía nacionalista

Haciendo uso de una hipocresía nacionalista, las mismas corrientes que cuestionan el muro propuesto por el expresidente Trump en los Estados Unidos, son las que no han hecho algo por desmontar las vallas de Ceuta y Melilla para permitir el ingreso indiscriminado de migrantes ilegales. Basta ver las imágenes de Ceuta en mayo. Por alguna razón, en Estados Unidos está mal y en España sí está bien.

La razón de esto es muy sencilla: el nacionalismo existe a pesar de las mismas personas. No importa la ideología, el líder o el partido. Ese vínculo afectivo con una cultura común, una historia compartida y una porción de tierra viene desde la antigüedad. Incluso es una necesidad psicológica: los seres humanos vivimos confrontando el «nosotros» con el «ellos». No somos ni seremos iguales, desde luego. Las autoridades siempre preferirán —o al menos desearán— que los inmigrantes puedan aportar cosas útiles a su país.

El problema no radica en la existencia o ausencia de un muro, una valla, una cerca o una franja pintada en el suelo, sino en la condena hacia una y la aceptación hacia otra. Lo que muchos ven como ilegítimo por un lado y legítimo por el otro, no representan más que dos momentos de un mismo acto. Y los dos son igual de legítimos aunque muchos insistan en lo contrario. No se trata, entonces, de globalismo, de moral o de nacionalismo. Se trata, simplemente, de coherencia discursiva y de soberanía.

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