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LATINOAMÉRICA PARECE UNA OLLA DE PRESIÓN POR EXPLOTAR

Enfrentémoslo: nuestro continente alberga en su seno grandes contrastes. Al norte se encuentran las sociedades más desarrolladas y prósperas, mientras en el centro y en el sur se halla de todo un poco. Cuando nos encargamos de revisar con mayor exhaustividad el problema, nos encontramos con que Latinoamérica parece una olla de presión por explotar. Los cambios abruptos de gobierno —a través de  mecanismos constitucionales o inconstitucionales—, las protestas multitudinarias —pacíficas o violentas—y los escándalos que viven azotándola son muestra fehaciente de ello.

Por ese motivo, en los próximos párrafos revisaremos algunos aspectos fundamentales concernientes al descontento social presente en mayor o menor medida desde México hasta la Patagonia.

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Mandatarios con muy poca popularidad

En cada uno de los países del mundo es difícil complacer a todos por igual. Y en el caso particular de Latinoamérica, los niveles de aceptación de nuestros jefes de Estado y de gobierno dejan mucho qué pensar. Es una pena, pero contamos con un puñado de mandatarios con muy poca popularidad entre sus electores y gobernados.

Son numerosos los sondeos de opinión que se hacen eco de estos altos márgenes de rechazo hacia los gobernantes o, en su defecto, de las políticas públicas aplicadas por los mismos. El statu quo es otra fuente recurrente de expresión de inconformidad. Nos referimos al costo de la vida, la inseguridad, el desabastecimiento, los servicios públicos deficientes, los bajos salarios, el abuso de poder, etc. Casi ningún gobierno en la región escapa de alguno de estos causantes del malestar público.

La mayoría de los sondeos más recientes suelen coincidir en adjudicarle las mejores valoraciones al presidente de El Salvador, Nayib Bukele; al jefe de Estado uruguayo, Luis Lacalle Pou y a Rodrigo Chaves, cabeza del poder ejecutivo costarricense. Los demás o son muy impopulares —como el cubano Miguel Díaz-Canel, por ejemplo— o rondan el 30 y el 40% de aprobación entre el total de los encuestados.

Indistintamente de la paupérrima o vasta credibilidad de estas encuestas, no es menos cierto que son pocos los gobernantes que preservan la confianza mayoritaria del pueblo en el ejercicio de sus respectivos mandatos. Si tomamos por ciertos sus números, los que aún se mantienen en los primeros lugares pueden ser contados con una mano y siempre sobrarán dedos. Los demás estarían perdidos en las urnas o ganarían con una diferencia estrecha si las próximas elecciones fueran mañana. Y para muestra, un botón: hemos sido testigos de numerosas manifestaciones a lo largo y ancho de Latinoamérica.

Breve ojeada a las protestas

En realidad, esta ola de manifestaciones lleva algunos años sucediendo. Desde 2019, las calles latinoamericanas se han calentado —y no precisamente por el sol— y le han dado un par de dolores de cabeza a los mandatarios de cada una de esas sociedades. Por ese motivo, sería prudente realizar una breve ojeada a las protestas de estos tiempos. Han sido tantas y tan multitudinarias que incluso se les ha llamado “la primavera latinoamericana”.

Durante el 2019 se registraron movilizaciones reclamando reivindicaciones sociales a las autoridades en Chile, Ecuador y Honduras, y por razones políticas en Bolivia, Colombia, Perú, Puerto Rico y Venezuela. El fatídico 2020, en cambio, fue una suerte de tregua para los habitantes y para los gobiernos por el fenómeno que se robó la mayoría de los titulares de aquel entonces: la pandemia de la COVID-19. Sin embargo, el descontento seguía allí, alimentándose en silencio. Las que se dieron durante esa vuelta al Sol obedecieron fundamentalmente a las medidas de confinamiento por la nueva enfermedad y la crisis económica que estaba generando.

2021 trajo consigo la reactivación del aludido fenómeno. Argentina, Brasil, Colombia, El Salvador y Perú fueron los nuevos escenarios. Y así llegamos al presente año, que lamentablemente no ha sido la excepción a la regla. En el transcurso de estos meses —y en orden cronológico—, Chile vivió un paro peatonal en febrero en respuesta a la tramitación de proyectos de ley relacionados con la migración; las calles peruanas se llenaron de manifestantes entre marzo y abril por el alza en el precio de los combustibles y de los fertilizantes como consecuencia de la invasión de Ucrania; en junio se desató un paro nacional en Ecuador contra las políticas del presidente Guillermo Lasso y en los últimos meses se ha encendido el mechero en Panamá y en Brasil contra su gobierno y al aumento en el costo de la vida.

El mapa político de la región ahora es más rojo que azul

No debe sorprendernos que casi ningún gobierno por los alrededores cuente con el respaldo mayoritario de los habitantes y de los electores. La época que vivimos no es fácil, y si a eso le sumamos los errores de la dirigencia política, la situación se complica aún más. Además, todo indica que el mapa político de la región ahora es más rojo que azul. Veamos a grandes rasgos cómo han cambiado las cosas desde el punto de vista gubernamental en los últimos tiempos.

A partir de 2018 —por «coincidencia», un año antes de la llamada primavera latinoamericana— México, Argentina, Bolivia, Perú, Honduras, Chile y Colombia han sufrido cambios significativos en el ejecutivo como consecuencia de procesos electorales. El punto en común de los países mencionados es que todos eligieron mandatarios con ideas ubicadas del lado izquierdo del espectro político. Y aunque sea temprano para ofrecer vaticinios, Brasil parece ir por la misma vía. Solo Uruguay, El Salvador y Ecuador pasaron de la izquierda a la derecha desde entonces. De modo que sí, el mapa regional ha virado a favor de las corrientes progresistas.

Para finalizar, cabe destacar que el tema de las protestas ciudadanas y de la inconformidad popular no necesariamente obedece a razones ideológicas. En Ecuador las padeció Lenin Moreno, de izquierda; y ahora Guillermo Lasso, de derecha. Y en Perú sucedió lo mismo con Martín Vizcarra y con su sucesor, Pedro Castillo. Aparentemente, ninguna doctrina en el poder se encuentra exenta de padecer el descontento social. ¿Quién dijo que sería fácil poner a todos de acuerdo?

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