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COVID-19 y tecnología G5: la fatal arrogancia con esteroides

Desde el inicio de la pandemia, en octubre de 2019, y hasta el día de hoy, van más de cuatro millones de infectados y más de 300 mil fallecidos alrededor del mundo. Según Carlos Beltramo, escritor y profesor universitario, el COVID-19 es el mayor desafío que enfrenta la humanidad desde la II Guerra Mundial.

Las cuarentenas han paralizado el aparato productivo de cientos de países. Por lógica, las grandes crisis económicas que se avecinan no serán causadas por el capitalismo -como gritan varios sectores de la izquierda-, sino por su ausencia temporal.

Penosamente, la pobreza, el hambre y la desesperación son funcionales a los intereses totalitarios. Por ejemplo, después de más de tres meses de cuarentena, muchos gobiernos anunciaron el retorno parcial de la actividad económica –“la nueva normalidad”, la llama el relato oficialista-, empezando por los sectores “estratégicos”.    

En realidad, no existen sectores estratégicos o no estratégicos. El proceso económico coordina millones de arreglos contractuales, como bien ha ilustrado John Stossel:

«Para que pueda existir un trozo de carne en la góndola del supermercado, son necesarias muchísimas operaciones que son guiadas a través del sistema de precios. La carne está en la góndola gracias a los agrimensores, las empresas inmobiliarias, los alambrados y las empresas de alambrado; los peones que recorren el campo a caballo, los criadores de caballos, los productores de monturas y riendas; los fertilizantes y plaguicidas, los tractores, las cosechadoras; los frigoríficos. En cada momento de todo este proceso, cada uno de los participantes está usando sus particularísimos conocimientos sin prestar atención al trozo de carne ni al supermercado».

Esto implica un haz de contratos que no están presentes en mente alguna -además, es imposible, porque la información no existe ex ante-, sino dispersos y fraccionados a lo largo de toda la cadena productiva. Por eso, cuando los mandones intentan dirigir un proceso tan complejo, las naciones terminan con mercados vacíos y familias en la pobreza.

La «redistribución de la riqueza» y el «control de precios» son otros de los mantras que los políticos promocionan. Pero la riqueza no es una cantidad fija que se deba redistribuir, sino un proceso de creación constante.

Por otro lado, cuando los precios de un grupo de bienes están elevados, implica que la demanda es superior a la oferta de estos. Justamente, precios altos son la señal que permite que nuevos oferentes ingresen al mercado, incrementando la oferta y reduciendo los precios.

Pero cuando las autoridades castigan la especulación no están solucionando el problema, sino agravándolo. Como diría el historiador argentino Armando Ribas: «En la Revolución francesa se cortaban las cabezas de los panaderos que subían el precio del pan. Pero mientras más cabezas cortaban, más caro se ponían los panes».

Uso de la tecnología 5G

La economía no es el único frente que están atacando los totalitarios. Miklos Lukacs, quien, además de ser mi maestro, me honra con su amistad, tiene sesudos escritos acerca del uso de la tecnología 5G como instrumento de localización y control político, algo que los chinos han hecho desde inicios del siglo 21, pero que gracias al 5G se vuelve mucho más afectivo y peligroso.

Paradójicamente, mientras el mundo vive una psicosis colectiva, los gobiernos de varios países, y bajo el pretexto de la pandemia, firmaron acuerdos para la instalación de tecnología 5G en sus territorios, Bolivia entre ellos.  

Las redes 5G posibilitan no solo el Internet de Todas las cosas, sino que ofrecen el soporte técnico necesario para monitorear en tiempo real las actividades diarias de billones de personas. Reafirmar la posibilidad de un estado de vigilancia orientado al control total con el apoyo de tecnologías e infraestructuras mencionadas no es «teoría de conspiración», sino una verdad gigantesca, verificable e irrefutable.  

¿Qué tan libre puede ser un mundo donde los Estados, apoyados por gigantes de la tecnología, puedan monitorear nuestros gustos, preferencias e ideas políticas?

Debemos comprender algo. No nos enfrentamos a un virus peligroso, sino a dos. El primero, el COVID-19, nos causa fiebre, tos seca, dolores musculares y, eventualmente, la muerte. El segundo, el estatismo, que incrementa de manera exponencial el poder de los gobiernos, nos satura con regulaciones absurdas y, al no permitirnos trabajar, nos condena a la miseria más cruel. Ambos son letales y, para desgracia nuestra, hicieron una alianza mortal.

Al parecer, el COVID-19, y no estoy negando su peligrosidad, fue el pretexto para que la fatal arrogancia -ese intento de diseñar sociedades desde arriba y a la fuerza- tome esteroides.   

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