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HUNGRÍA Y SU PECULIAR PRIMER MINISTRO, VIKTOR ORBÁN

En publicaciones anteriores, hemos abordado procesos comiciales en Latinoamérica, así como otros fenómenos políticos y politizados de la región. Inclusive España y Estados Unidos han dado qué escribir en este espacio. No obstante, en esta ocasión daremos un salto geográfico para ubicarnos en Europa Central. Concretamente, nos enfocaremos en Hungría y su peculiar primer ministro, Viktor Orbán, quien causa desencuentros dentro y fuera de su país de origen.

De este modo, abordaremos a continuación la controversial filosofía del jefe de gobierno húngaro, así como algunas consideraciones respecto a las venideras elecciones parlamentarias.

El «demócrata iliberal» Viktor Orbán

La siempre elegante Europa se caracteriza en la contemporaneidad por su tendencia hacia los regímenes parlamentarios y la democracia liberal como forma de dirimir los conflictos políticos. Y Hungría no es la excepción: elige presidente cada cinco años y un legislativo cada cuatro años como máximo. De este último surge el primer ministro y el resto del gobierno, quienes deberán gozar de su confianza para permanecer en sus cargos. Más o menos el mismo panorama de los demás miembros del vecindario. No obstante, el «demócrata iliberal» Viktor Orbán rompe el molde de lo esperado en el continente.

Antes de continuar, aclaremos en qué consiste ese escurridizo calificativo achacado al primer ministro húngaro y defendido personalmente por él en 2014. En consonancia con su ideología nacionalista, afirma que su Estado no desconoce las libertades individuales ni los derechos humanos, pero estos no podían prevalecer sobre los intereses nacionales y sobre el desarrollo integral de su territorio. Igualmente, en el ámbito político, aunque han vivido bajo un multipartidismo, en la práctica existe actualmente un partido mayoritario en el legislativo que reduce al mínimo la necesidad de negociaciones políticas.

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En resumidas cuentas, no rechaza los postulados de la democracia liberal presentes en casi toda Europa, pero no los considera fundamentales para la organización interna, pudiendo adoptar otros «más convenientes» eventualmente. Prefiere tomar como referencias de éxito político, económico y social a países como China o Turquía que Alemania, Francia o cualquiera de sus allegados. También han señalado su gobierno como una «demodictadura» o un «régimen híbrido» aunque él haya preferido el adjetivo que subtitula este apartado. Por lo visto, hay un abanico de opciones para referirse a su administración. Es cuestión de elegir.

Hablamos, entonces, de una oveja negra en pleno corazón europeo. Por ejemplo: mientras sus vecinos son receptivos y abiertos con las crecientes demandas de la comunidad LGBT, en territorio húngaro se aprueba una polémica ley que prohíbe hablarles a los menores de edad sobre la homosexualidad. Igualmente, es una de las cabezas visibles del euroescepticismo en el continente.

Las elecciones que vienen y la oposición que se une

Esa retórica política indudablemente permea la opinión pública centroeuropea. Es más: traspasa las fronteras húngaras. Se encuentran polarizados entre quienes defienden a capa y espada la gestión de turno y quienes la cuestionan abiertamente y aspiran sustituir a los miembros del ejecutivo. Las elecciones que vienen y la oposición que se une amenazan con el fin de la era Orbán y el inicio de otra distinta.

Para los comicios convocados para el 3 de abril del presente año, el conservador nacionalista Fidesz-Unión Cívica Húngara —liderado por Orbán y actualmente en el gobierno— es el principal partido en el país. Puede ser que la suma de todos los demás lo superen en margen de aceptación, como de hecho sugieren las últimas elecciones y las encuestas de cara a las próximas, pero contándolo individualmente es en la actualidad la minoría más grande en número de electores y la mayoría absoluta en escaños parlamentarios.

La oposición, consciente de esta realidad, ha diseñado una estrategia sólida: todos los partidos —o al menos, la gran mayoría— que van en contra de Orbán han presentado una sola plancha, liderada por Péter Márki-Zay. La razón es muy sencilla: el Fidesz puede ser derrotado si todos sus adversarios van juntos a las urnas. Por primera vez desde 2010, es probable que el actual primer ministro no continúe en su cargo a partir de este año, como consecuencia de haber perdido el control del parlamento en una elección polarizada.

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Muchos grupos pequeños reunidos con el propósito de quebrar a un adversario grande pueden ganar la batalla y lograr sus propósitos. También contrasta con lo que suele suceder con sus vecinos: aunque hayan algunos partidos principales —dos a cinco, usualmente—, todos presentan candidaturas diferentes y cada cual recibe sus escaños correspondientes. Varias organizaciones representadas en la cámara. En esta ocasión prácticamente será uno contra uno, este último contando con el apoyo de varios.

Indudablemente las autoridades europeas tendrán que voltear la mirada hacia aquellos lados en abril para ver qué termina sucediendo. De ese día depende que su semejante incómodo continúe su política nacionalista e iliberal o que salga del cargo conservando una considerable fracción legislativa en la oposición.

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