TRUMP Y XI: EL ESPEJISMO DE LA TREGUA
Estados Unidos y China en la dialéctica del poder imperial
El mundo observa, con la respiración contenida, la gira de Donald Trump por Asia, que culminará con su encuentro con el presidente chino Xi Jinping. Tras haber visitado la base naval de los EEUU en Japón y felicitar a la nueva primer ministra de ese país, ha visitado Corea del Sur y en breve llegará a la China de Xi. No se trata de una visita diplomática más: es el capítulo más reciente de la pugna por el control del siglo XXI. La historia vuelve a escribir, con pluma de acero y oro, la vieja disputa entre el imperio que declina y el que asciende.
I. El imperio cansado
Estados Unidos, heredero directo del orden liberal nacido tras 1945, atraviesa la fase que Ray Dalio llama “el gran ciclo de declive”. Endeudamiento estructural, fractura interna, polarización política y desgaste military, hablar de desgaste military suena exagerado, pero no se trata de la capacidad tecnológica o del adiestramiento de los militares norteamericanos, se trata del Amplio despliegue de fuerzas militares de los EEUU que posee bases y efectivos militares en Sur América, España, Medio Oriente y hasta en Japón. Washington aún conserva la fuerza, pero ha perdido la fe. Su hegemonía ya no se sostiene en ideales universales, sino en inercia financiera y poder mediático.
La Reserva Federal mantiene el dinero barato, alimentando burbujas sucesivas —desde la tecnología hasta la inteligencia artificial—, mientras los analistas advierten que el auge bursátil se parece demasiado al preludio de 1999 o incluso de 1929. El propio Dalio compara este momento con el del imperio británico justo antes de ceder el trono global. La potencia no se derrumba de golpe; se oxida por dentro.
II. China: seducción y presión
Del otro lado, China juega con la precisión de un ajedrecista milenario. Ha abandonado la diplomacia cortesana de los años noventa y ha adoptado una mezcla calculada de “seducción y presión”: amabilidad en público, firmeza demoledora en privado.
Xi Jinping entiende la psicología de Trump: sabe que el presidente estadounidense es un líder transaccional, que negocia como empresario más que como estadista. Por eso le ofrecerá concesiones visibles —quizás un gesto sobre TikTok, o sobre los precursores químicos del fentanilo—, pero cada una de ellas será una ficha de cambio para alcanzar metas mayores: control de las tierras raras, reducción de aranceles y consolidación de la influencia china en Asia.
China ya domina el 90 % de las tierras raras del planeta. Móviles, coches, defensa, chips: todo depende de Pekín. Xi aplica la presión económica con la precisión de un cirujano: sin estridencias, pero sin pausa.
III. La jugada de Trump: ralentizar el ocaso
Para muchos observadores, las acciones de Trump parecen erráticas, incluso “disparatadas”. Pero hay un orden oculto en su caos. Trump encarna —consciente o no— el intento desesperado de ralentizar la decadencia imperial de Estados Unidos.
Su estrategia se basa en recuperar la economía real frente a la financiarización, repatriar capital industrial, forzar acuerdos bilaterales ventajosos y debilitar los pactos multilaterales que diluyen la soberanía estadounidense. En el fondo, no busca un nuevo orden, sino ganar tiempo.
Y el tiempo, en la dialéctica de los imperios, es el recurso más escaso.
Trump entiende que un enfrentamiento directo con China sería suicida. Su apuesta es un acuerdo táctico, una tregua que calme los mercados, estabilice el dólar y le permita presentarse ante su electorado como el hombre que “domó a Pekín”. Pero toda tregua entre imperios es un espejismo: una pausa para rearmarse.
IV. La trampa de la estabilidad
Cuando dos potencias hegemónicas alcanzan un pacto, el mundo suspira de alivio. Los índices suben, los inversores celebran, y los analistas proclaman la “vuelta de la estabilidad”. Pero como enseña Gustavo Bueno, en la dialéctica de los imperios no hay armonía duradera, solo momentos de equilibrio inestable antes del próximo choque.
El acuerdo entre Trump y Xi —si se firma— no será un tratado de paz, sino una paz armada. Uno de los dos lo romperá, inevitablemente. Quizá China, una vez consolidada su red de influencia sobre Eurasia. O quizá Trump, si detecta que una provocación calculada puede revitalizar la industria militar y la narrativa nacionalista.
El resultado final será el mismo: una nueva etapa de confrontación abierta, aunque esta vez más tecnológica que ideológica. El campo de batalla no será Corea ni el Golfo, sino el silicio.
V. El siglo del dragón y el águila
La historia no se repite, pero rima. Roma temió a los godos, Londres a Berlín, Washington a Pekín. Cada imperio, en su ocaso, intenta negociar su supervivencia con quien viene a reemplazarlo. Ninguno lo logra.
Estados Unidos aún conserva poder militar, financiero y cultural, pero su relato moral se deshilacha. China, mientras tanto, ofrece una narrativa civilizatoria: orden, disciplina, continuidad. En el tablero global, el dragón no necesita rugir; le basta con seguir creciendo mientras el águila se distrae con su propio eco.
La gira de Trump a Asia, con su reunión final con Xi Jinping, será recordada como el momento en que el imperio estadounidense intentó detener la marea. Lo logrará por un tiempo. Los mercados se calmarán. Pero el flujo de la historia —como diría Bueno— es material y no se detiene con los gestos.
Y cuando el espejismo se disipe, uno de los dos, Trump o Xi, romperá la tregua.
Solo entonces sabremos quién escribe el próximo capítulo del poder mundial.
— Pedro Pedrosa —