¿Enfrentar o colonizar a las Fuerzas Armadas?

Una cosa es ser popular y otra es que esa simpatía se traduzca en votos. La política es una ciencia en la que se toman decisiones difíciles, todo ello amerita mucho esfuerzo para lograr el fin último: el bien común. En contiendas electorales tal vez su candidatura sea la mejor, pero si no es clara ni está correctamente comunicada, el sondeo en encuestas podría ser decepcionante y la desesperación hará de las suyas.

En la consultoría política hemos visto desde un jingle pegajoso de unos pocos minutos, que se inserta en la mente de todo un país, a un ataque homicida que pone en los titulares el nombre del candidato menos conocido, lo que despierta el interés en su propuesta. Todo se vale, pero no todo funciona.

Un candidato que no asuma la política con la formalidad que esta requiere, puede dejarse seducir con ideas alocadas para ganar popularidad, pero esa fama seguramente no se reflejará en votos. Por más millennial que parezca la propuesta, el electorado merece respeto, entonces:

  •  No funciona:
  1. Los desnudos
  2. Cantar, bailar, actuar
  3. Los disfraces son para Carnaval

El desespero es un mal consejero. A veces no hay presupuesto para pagar un consultor, pero hay tres cosas dadas por la razón y que cada día debemos poner más en práctica:

  •  Sí funciona:
  1. Sentido común
  2. Mueva emociones en sus votantes
  3. Comunique sin tecnicismos

Sabemos que los métodos deben transformarse conforme el mundo vaya cambiando, ya no nos encontramos en la política puerta a puerta sino en la 2.0. Muchas de las propuestas osadas vistas actualmente en las candidaturas buscan llamar la atención de los millennials que muestran poco interés en la política, porque los métodos “tradicionales” no son tan atractivos.

Sin embargo, el sentido común, mover emociones y comunicar claramente no fallaron ayer, ni lo harán hoy. El candidato y su equipo nunca dejarán de estudiar a su electorado para atinar en cómo hacerlo, de lo contrario estarían arando en el mar, gozando de la fama pero no haciendo la labor deseable de un candidato: ser la voz de muchos para garantizar el bienestar común.

@YorbisEPEn mayo de este año se cumplieron 50 años del “Mayo Francés”, una reunión de jóvenes “idealistas” que al ritmo de frases rimbombantes y barricadas callejeras esperaban acabar con el capitalismo; en realidad, la revolución fue la noción política fundamental de los años 60. Al “Mayo Francés” habría que sumarle La Revolución Cubana y La Guerra de Vietnam. La certeza en la victoria de los revolucionarios era casi un hito religioso.

Las figuras del Che Guevara y Fidel Castro eran veneradas; justamente, Castro en su famoso discurso con ocasión de la Segunda Declaración de La Habana manifestó: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Se sabe que en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo”. Era 1962 y el mundo efectivamente parecía marchar en esa dirección, como reforzó el líder cubano en otras reflexiones: “En muchos países de América Latina la revolución es hoy inevitable”; o bien cuando se refirió a “la realidad objetiva e históricamente inexorable de la revolución latinoamericana”.

Pero la captura y posterior fusilamiento del Che Guevara en Bolivia fue un golpe durísimo para ese determinismo histórico, la izquierda había perdido parte de su discurso apologético. Entonces, había que retroceder, bajar la guardia y analizar las causas de esa derrota ¿Quiénes fueron los enemigos y qué armas usaron para frenar la revolución? Identificaron tres: la Iglesia Católica, la familia conservadora y las Fuerzas Armadas. Pues bien, era hora de reemplazar a Carlos Marx por Antonio Gramsci, y cambiar la guerrilla subversiva por la guerra cultural.

La izquierda empezó a invadir todos los espacios culturales, desde las aulas escolares hasta los centros de formación militar. En los 70, las escuelas de formación de oficiales del Ejército incorporaron a Nikitin y su “Manual de Economía Política”, un panfleto marxista escrito en la URSS,  y  la teoría de la Sustitución de Importaciones. Hoy habría que sumarle mucho marxismo cultural, indigenismo e ideología de género. Si observamos cualquier acto militar, nos daremos cuenta que la izquierda logró su objetivo. Por ejemplo, el General boliviano Antonio Cueto, en un acto militar el año 2010, se declaró “socialista” y “anti imperialista”, claro que no dijo nada sobre la injerencia cubana y venezolana sobre el Ejército boliviano.

Paralelamente, la izquierda empezó una campaña de desprestigio a las dictaduras anti comunistas. Nombres como Augusto Pinochet, Hugo Banzer o Rafael Videla son asociados con fascismo y violaciones a los derechos humanos. Mucha gente hoy detesta a los militares por el solo hecho de usar uniforme, y venera la democracia por el solo hecho de emitir un voto, sin darse cuenta de que una tiranía comunista se puede instalar de manera democrática, y que una dictadura puede frenarla y poner a su país en el camino del progreso como, efectivamente, pasó en Chile.

La victoria de Jair Bolsonaro permitió identificar a los confundidos, incluidos muchos supuestos anti socialistas, pero que  hablan de política con las herramientas analíticas de la izquierda, por eso siempre aparece uno que dice: “Jair Bolsonaro es igual a Hugo Chávez, ambos son una amenaza para la libertad”.

Recuperar el honor de Las Fuerzas Armadas es una de las tareas pendientes de la derecha emergente en América Latina.