No podemos cambiar el viento, pero sí ajustar las velas
Liderar un proyecto político o simplemente formar parte de este nos convierte en parte de un proceso. Los procesos políticos están insertos en distintas realidades propias de cada país; estas realidades, a su vez, son consecuencia de procesos históricos previos, de modo que, requieren de mejoras en el proceso que se viene implementando, o de la inclusión de procedimientos distintos para modificarlas.
El punto neurálgico de cualquier proyecto de poder -sea la campaña electoral o el ejercicio del poder mismo- consiste en observar las condiciones del entorno y evaluarlas desde cero, sin tomar en cuenta cómo lo hacíamos y preguntándonos cómo lo debemos hacer; no predisponerse a pensar que el entorno es un obstáculo per se, sino una oportunidad para implementar nuevos procesos y explorar formulas, discursos y acciones políticas que por lo general nos habíamos negado a explorar.
Para ser exitoso en la obtención del poder y la permanencia en el mismo tenemos que, en primer lugar, saber dónde estamos y escoger hacia dónde deseamos ir; muchos teóricos denominan esta acción planificación estratégica. La planificación supone el cálculo de la optimización de los medios para el logro de los objetivos. Si usted efectúa correctamente ese cálculo seguramente obtendrá un muy buen plan, sin embargo no necesariamente estará ejecutando una buena estrategia.
La estrategia supone la realización de un cálculo objetivos/medios, que garantice la obtención del elemento vital: la libertad de acción.
Actuar con ventaja
La libertad de acción se define como la capacidad para actuar con ventaja, por encima de nuestros competidores. Sin tomar en cuenta a nuestros adversarios, nunca -entiéndase bien, ¡nunca!- estaremos realizando una estrategia, simplemente estaremos planificando. La planificación estratégica bien hecha reviste, en definitiva, la obtención de una de las virtudes más preciadas en la política -por arrogante que pueda sonar- y debe tener como fin último la obtención de poder.
El poder podemos expresarlo en una fórmula matemática que nos da una idea de nuestras capacidades como proyecto político, y a continuación se explica:
(T+P+E) x (Es+V)
Donde: T= Terreno; P= Personal; E= Economía. Que sumados se multiplican por: Es= Estrategia más V=Voluntad.
El terreno se estima en función del ámbito territorial en el cual se desarrolla nuestro proyecto político: la extensión territorial, el tipo de terreno (urbano, rural, marginal). El territorio donde se desarrolla una campaña o proyecto político definirá las características de los votantes.
El personal se refiere a nosotros mismos, ¿Cuántos somos? ¿Somos suficiente? ¿Somos demasiados? ¿Cuento con los más competentes? ¿Con quiénes cuento son capaces de desarrollar las competencias necesarias? ¿Tengo identificadas qué capacidades debo desarrollar en mi personal?
El personal es “el ejército” que debemos formar para entrar en combate; son el partido, los militantes, el equipo de campaña o gobierno. Su compromiso con la causa debe ser puesto a prueba y para ello deben ser adiestrados y disciplinados.
La economía es de una u otra forma el pulmón que nos permite ejecutar, obtener oxígeno para competir; debe calcularse de forma objetiva en función de las fuentes de financiamiento y los objetivos que nos hemos propuestos. Podemos tener poco oxígeno y desarrollar la habilidad para aprovecharlo, así como podemos agotarnos consumiendo -indebidamente- grandes cantidades de oxígeno.
La segunda parte de la ecuación es la más importante, ya que es el factor multiplicador de las tres primeras variables. A cada una se le asigna un valor empírico de 0 a 1, si nuestra Estrategia es “muy buena” y se merece un 1, y nuestra Voluntad es “muy buena” y también se merece un 1, entonces estaremos duplicando nuestro potencial de poder. Si, por el contrario, ambas son calculadas con números decimales por debajo de 0.5, nuestro potencial de poder disminuye.
Esta es una forma ilustrativa de explicar nuestras capacidades, pero por fortuna la parte más importante de la ecuación es la que se encuentra al alcance de nuestras manos: la voluntad. La estrategia es algo que podemos diseñar, pero la voluntad es ese espíritu que infundimos en los miembros de nuestra organización y que, en la misma medida que cultivamos, nos ayuda a lograr los objetivos más ambiciosos que podamos trazarnos.
Sin voluntad no hay éxito
Una adecuada capacitación de nuestro personal es vital para el desarrollo de la voluntad, la misma es una mezcla de sentido de pertenencia con la organización y la percepción de que dicha organización ofrece a sus miembros la posibilidad de crecer y desarrollarse dentro de un patrón de carrera. Sin voluntad entre los miembros de la organización, cualquier esfuerzo para alcanzar el poder se verá diluido en medio de la apatía de los miembros que, o no se sienten identificados con la organización, o sienten que no tienen expectativas de desarrollo dentro de la misma.
De igual forma, es necesario identificar los cambios que presenta el entorno para que, desde una perspectiva distinta, pueda observar cuáles son las situaciones que están afectando sus aspiraciones y entonces, desde allí, crear la estrategia ganadora, la que le asegure posicionarse y adquirir el poder suficiente para enfrentar las turbulencias que se presenten en su tránsito por el agitado mar de la política.
Todos hemos zarpado, de una u otra forma, de un puerto a otro sorteando las más diversas e inesperadas situaciones; algunos arriban, otros naufragan, lo importante -en lo sucesivo, para evitar la zozobra- será tener presente que con el apoyo y la estrategia adecuada, y capacitando a su tripulación, usted no podrá cambiar el viento, pero podrá ajustar sus velas.