Fama sin gloria

Los tiempos modernos, o mejor dicho posmodernos, son una gran farsa; la apariencia domina nuestras vidas. Cuando el anonimato en Twitter no bastaba para crearse álter egos apareció el Instagram para liberar totalmente la apariencia, la pose, lo superficial.

Hoy vale más “cuántos seguidores tienes y qué capacidad tienes de influir” que lo que puedas ofrecer. Lo apegado a la verdad que esto sea, el rigor científico o el beneficio que lo que divulgas pueda propiciar ¡no!, eso no interesa. Tanto más estúpido seas, más seguidores tendrás, “a la gente hay que darle lo que pida”.

Diría el poeta Juvenal de Roma en su Sátira X “Panem Et circenses”:

Desde hace tiempo —exactamente desde que no tenemos a quién vender el voto—, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin, todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos de circo”.

La esperanza en el voto

Hemos entronizado el concepto de Democracia como una forma de gobierno, cuando en realidad es -en esencia,- un mecanismo de resolución de diferencias.

Hemos depositado en el voto todas nuestras esperanzas; sin embargo, en paralelo y de forma absolutamente deliberada, creamos sociedades más débiles, menos informadas y conformadas por individuos hipersensibles, dispuestos únicamente a escuchar lo que les parezca que complace sus sentimientos.

La razón ha quedado fuera del debate y, “en río revuelto, ganancia de pescadores”. Esta situación ha llevado a los altares de la popularidad a personajes tan siniestros como vacíos.

Si la democracia es tan buena, ¿por qué nuestras sociedades fracasan? A la luz de los párrafos anteriores la respuesta es evidente: “la gente no sabe votar”; de hecho, hoy estamos ante la peor situación cultural del último siglo.

Al parecer la gente sabe lo que quiere, pero no tiene idea de cómo se logra lo deseado. El relativismo ha permeado en la mente de la sociedad y es frecuente escuchar frases como “la verdad es relativa” o “cada uno tiene su verdad”, ¡no!, la verdad es una sola y de las percepciones que cada individuo tiene de la verdad, unos estarán lejos, otros cerca y otros acertados.

No existen verdades relativas, existen opiniones, de igual forma, unas acertadas y otras erróneas.

El maestro Giovanni Sartori titulaba una de sus obras con la razón principal de este fenómeno: “Homo Videns, sociedad teledirigida”. A Sartori jamás se le nombra en medios de comunicación, sería como nombrar la soga en la casa del ahorcado.

En su obra, que es en esencia una antología de la comunicación y sus efectos en el desarrollo de la sociedad, Sartori explica que “todo cambió con la llegada de la televisión”. Con ésta, ya las audiencias no tenían que razonar ni abstraer, ni siquiera leer, bastaba con ver para “absorber”, mas no necesariamente entender.

Imagen y percepción: la “libertad de mentir”

Siendo únicamente la imagen lo que basta para estimular, queda a un lado la necesidad de leer y de interpretar ¿Se han quedado pegados a sus cuentas de Instagram? Seguramente sí, ya que son las imágenes las que operan en sus percepciones.

Les pondré un ejemplo, la palabra “Tócate” acompañada de un lazo rosa pondrá en su mente una campaña de prevención de cáncer de mama; la misma palabra acompañada de una imagen de una mujer muy sensual semidesnuda traerá a su cabeza otro tipo de ideas.

Así pues, la sociedad ha sido deliberadamente manipulada a través de la imagen. Recientemente la revista TIME publicó en su portada una foto de una niña inmigrante -ilegal- en los Estados Unidos llorando frente al presidente Donald Trump. La imagen era conmovedora, pero también era falsa; la revista acusaba a la administración Trump de haber separado a esa niña de sus padres. Más tarde aparecería la foto original donde la niña estaba acompañada por su madre, sin embargo, Trump quedó (gracias a esa imagen) como un despiadado deportador de inmigrantes, pese a que para el mismo periodo en la Casa Blanca, Obama ya batía récords en deportaciones.

Los creadores de este tipo de situaciones se hacen famosos, pero su sentido de trascendencia es escaso, tarde o temprano sus mentiras quedan al descubierto y con ello sus audiencias se van desvaneciendo; sin embargo, en los tiempos que corren se ha incrementado el esfuerzo de los medios de comunicación de masas por justificar la mentira y enaltecer al mentiroso.

Se apela al sagrado derecho de la “libertad de expresión”, pero no como un derecho legítimo inherente a la condición humana y a la vez inherente a la libertad individual, sino como un argumento para justificar una línea editorial, esté apegada o no a la verdad y al rigor periodístico. Simplemente se aduce el derecho a decir y hacer “lo que nos venga en gana”. La libertad de expresión -en efecto- es un derecho sagrado, pero la libertad de mentir debe ser condenada.

España ha dado ejemplos de esta “libertad de mentir”: canales como La sexta, cortan y editan intervenciones de Santiago Abascal, líder del partido VOX, para sacar de contexto sus intervenciones y, en definitiva, manipular la verdad. Este mismo canal de televisión, posterior a las elecciones regionales de Andalucía, creó un reportaje denominado “Los 44 de VOX”, en el cual iban de puerta en puerta buscando a 44 votantes de VOX en la población de Marinaleda (bastión comunista de Andalucía).

A estos 44 votantes los someterían -evidentemente- al escarnio publico ante sus vecinos; sin embargo, para La Sexta su derecho a la “libre expresión” era más valioso que el derecho de cualquier individuo a votar por quien le venga en gana (vote bien o mal). Sin duda, este canal tiene su propia definición de lo que es votar bien.


Fake News

Hemos llegado al paroxismo de la comunicación, la expresión Fake News apareció no para defender una campaña política, sino porque -en efecto- las noticias cada vez son más “fakes”.

El divorcio entre los grandes medios y la realidad de las personas comunes se hace cada día más notorio, pero -por fortuna- la verdad (aunque tímidamente) se va abriendo paso en el nuevo mundo de la comunicación de masas: las redes sociales.

La comunicación cambió y un ancla de televisión, leyendo lo que el editor de su canal construyó de forma tendenciosa para obedecer la línea editorial del propietario de su medio, quedará cada día más cerca de la fama, pero más lejos de la gloria.