Palabra de dictador
Es del conocimiento público que aquellos que persiguen el poder absoluto se sirven de la demagogia para convencer a los incautos. La retórica es el arma favorita de los que aman el autoritarismo. Con palabras de hermandad y amor entre gobernados y gobernantes, logran que los votantes confíen en ellos como si de dioses se tratara.
El discurso de heroísmo y sacrificio es el primero en ser usado. Forjan de sí mismos una imagen de mártires que sufren para salvar al pueblo. “El infierno son los otros”, así regaló las palabras exactas el izquierdista Jean Paul Sartre a los dictadores contemporáneos.
El discurso melodramático conmuevo a los votantes. Piensan que en verdad ese hombre se enfrenta a todo un sistema con tal de salvarlos de quienes los explotan. La leyenda de San Jorge en versión marxista.
Evidentemente la actuación no dura para siempre. A penas consiguen obtener el poder absoluto y pronto olvidan las promesas de armonía, tolerancia y respeto. Ya no luchan por el pueblo; ahora luchan contra los enemigos que intentan desestabilizarlos. Una sutil diferencia que a veces no es percibida.
“Antes luchaba por sacarte de la miseria. Ahora lucho contra los que no me dejan sacarte de la miseria”. Y de un momento a otro, cualquier ciudadano puede convertirse en el enemigo supremo.
Recordemos que cuando la Revolución cubana triunfó en enero de 1959, Fidel Castro decía: “tengo que ser muy claro de que nosotros no somos comunistas, muy claro”. En plena Guerra Fría no tardó en aliarse con la URSS, por lo que posteriormente expresó en otro discurso: “Hay que decir que, por encima de todo, somos marxistas-leninistas”.
Es parte de la estrategia de todo dictador mostrar primero su faceta prudente. Se muestran serenos y calmados, reiteran una y otra vez que respetarán la libertad de expresión y que no usarán al ejército contra el pueblo. Los opositores entonces dan un suspiro de calma, sin saber que el lobo sólo está esperando a que el puerco engorde para devorarlo con mayor placer.
Después de un fallido golpe de Estado, Hugo Chávez decidió llegar al poder por medio de comicios, luego de haber sido indultado. Al inicio de ese proceso decía: “Yo no soy socialista, yo creo que ya el mundo de hoy, la América Latina que viene requiere un salto adelante”.
Por supuesto, una vez que ganó las elecciones el discurso fue distinto. A penas un año después de haber obtenido el triunfo, se proclamó una nueva Constitución para el pueblo venezolano. La máscara de demócrata comenzó a deslizarse.
En discursos posteriores Chávez decía: “Yo soy un verdadero revolucionario, y estoy dispuesto a morir una y cien veces para construir en Venezuela el socialismo.” La mesura se esfuma una vez que el dictador ha movido las piezas que le permitirán perpetuarse en el poder.
MÉXICO
En México, el presidente electo, López Obrador, ha declaro que su plan de militarizar al país es únicamente con fines pacificadores y como una estrategia para combatir la delincuencia. También señaló que jamás usaría al Ejército para reprimir al pueblo mexicano.
Sin embargo, su hijo menor se llama Ernesto, en honor a Ernesto Guevara. De igual forma, se ha referido a Fidel Castro como “un gran dirigente político”. Maduro ha sido invitado a su toma de protesta. Ha tenido acercamientos con miembros de las FARC y con líderes de Podemos.
Incluso él y su partido defendieron al embajador de Corea del Norte cuando fue expulsado por el gobierno mexicano, luego de las pruebas nucleares que realizó el gobierno de Kim Jung Un el año pasado.
Hay indicios. Ninguna certeza aún. Así funciona el autoritarismo. Primero la mesura, luego la imposición.
@LouSalome_Mx