Naciones prósperas: familias sólidas, propiedad privada y libre mercado

Algún tiempo atrás, Vanesa Vallejo, en una entrevista con el canal Spanish Libertarian, manifestó lo siguiente: “El problema en Venezuela es moral, antes que económico. Porque la gente considera que el Estado está en la obligación de mantenerlos”. Salvando las distancias con la hermosa economista colombiana, yo también opino lo mismo, aunque no limitaría la critica a Venezuela, sino a toda Latinoamérica.

Por ejemplo, en Bolivia la opinión pública considera que las regulaciones de las tasas de interés bancarias y el acceso a crédito barato son los mayores aciertos de la gestión de Evo Morales. Aunque para aplicar esas medidas se destruyó la independencia del Banco Central, se nacionalizó la moneda y se intervino abusivamente al sector financiero.

Por otro lado, los grandes «logros sociales» de los cuales presumen los fanáticos del régimen de Morales nos dejaron una economía destruida. Veamos algunos datos:

Tristemente, la realidad de nuestra economía no es más que el reflejo de nuestra precaria cultura. Por citar un caso, muchas de las plataformas ciudadanas que lucharon contra la tiranía socialista boliviana -y a pesar de su gran labor derrocando a Morales- todavía reclaman salud y educación «gratuitas» y de «calidad» a cargo del Estado.

Pero ¿puede una sociedad prosperar cuando su población cree que sus anhelos personales son derechos? No, jamás pasó, y tampoco pasará en un futuro. Una sociedad donde cualquiera se inventa «derechos» está condenada al fracaso. Y no es por falta de solidaridad, es simplemente una regla de la economía.

La productividad se incrementa, por ende, se reduce la pobreza cuando existe esfuerzos coordinados y división del trabajo. Esas acciones humanas permiten que el escaso capital se destine a las mejores manos, en ese proceso, y de manera indirecta, se ha mejorado la situación económica de muchos; sí señores, los mejores estándares de vida son una externalidad del capitalismo.

Información, aquí.

Pero cuando los Estados interfieren en el natural movimiento del mercado -en algunos casos con impuestos confiscatorios y, en otros, con expropiaciones- suceden dos cosas. Primero, se incrementa la pobreza, ya que a mayores dosis de intervención menos inversión privada y, por ende, menor productividad. Y segundo, muchos grupos lucharán por el control del poder político.

Penosamente, los pobres siempre terminan como grupos de choque y carne de cañón de las disputas entre socialistas.

Si la intervención estatal en la economía es mala, imagínese los efectos que tiene cuando interviene en la educación. Verbigracia, El profesor John Taylor Gatto, autor de varias obras sobre la crisis de la educación, en su ensayo Take Back Your Education describe los tres grandes problemas del sistema educativo estatal y paraestatal (colegios privados que deben enseñar lo mismo que los estatales).

Primero, imitar la estructura de las jerarquías militares. Segundo, copiar los sistemas de fabricación de la gran industria. Y tercero, buscar que todos los niños sean iguales. Según Taylor Gatto: “La malla curricular escolar está diseñada para acabar con la individualidad. Los niños que no se dejan someter tan fácilmente son los que más problemas causan en las escuelas y a quienes más duro castiga el sistema”.  

Por su parte, Lucrecia Rego de Planas, otra gran educadora, en su libro Quién secuestró a los maestros explica como las ideologías marxistas se fueron infiltrando en la educación.

Primero, promoviendo el marxismo clásico y el odio a la tradición, y ahora impulsando todas las locuras del marxismo cultural de Herbert MarcuseAntonio Gramsci y Michel Foucault. La nueva pedagogía ha convertido a los jóvenes en analfabetos funcionales que leen, pero no entienden, y que escriben sin el más mínimo respeto por la ortografía y la gramática.

Entonces, para que eso no suceda se debe luchar no por la democracia -que es solo la tiranía de la mayoría, sino por familias prósperas, propiedad privada y libre mercado. La primera para formar ciudadanos de bien, la segunda para garantizar nuestra libertad, y el libre mercado como mecanismo para reducir la pobreza.